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asociacióN micológica salmaNtiNa “lazarillo”.
Notas micológicas Nº 1. (Enero 2016) 3
Clasicación de secuencias ambientales
Ahora que la doble nomenclatura ha sido abolida, el si-
guiente gran reto para la taxonomía fúngica es desarrollar es-
trategias para la clasicación de secuencias ambientales. Nadie
sabe cuántas especies sin nombre ya se han detectado a través
de estudios de metagenómica –en un estudio reciente se apun-
tan 85.000 nuevas especies, tantas como hongos conocidos y
descritos en la actualidad, entre 80.000 y 100.000-, y este hecho
por sí solo indica la necesidad de una base de datos centralizada
de las especies que se basan en secuencias ambientales, pero
ya en 2007 el número de grupos de genes rRNA estrechamente
relacionados (especies moleculares) que han sido descubiertos
con la química de Sanger se ha acercado al número de especies
que se describen a partir de especímenes, y la tasa de descu-
brimiento de especies moleculares ha aumentado, seguramente
por la aplicación de la secuenciación de última generación en la
metagenómica.
Los estudios ambientales han revelado no sólo las especies
individuales, sino también grandes clados de hongos, como la cla-
se Archaeorhizomycetes, del phylum Ascomycota, que contiene
un grupo diverso de hongos que habitan la Tierra. Las secuencias
de los miembros de Archaeorhizomycetes han sido publicadas en
más de 50 estudios independientes, y pueden ser agrupados en
más de 100 entidades a nivel de especie. Sin embargo, sólo una
especie, Archaeorhizomyces nlayi, se ha descrito formalmente,
basado en un cultivo que se obtuvo a partir de raíces de coníferas.
Un ejemplo similar es proporcionado por el phylum Rozellomyco-
ta (también conocido como Cryptomycota), un gran clado de hon-
gos acuáticos y que habitan en el suelo, el cual se conoce casi en
su totalidad a partir de secuencias ambientales.
Lecciones de taxonomía procariota
Muchos de los desafíos a los que se enfrentan los taxónomos
de micología son paralelos a los que se enfrentan los investiga-
dores que estudian los procariotas (bacterias), pero las prácticas
de nomenclatura adoptadas para los dos grupos son a menudo
divergentes. Una diferencia clave entre los códigos de nomen-
clatura para los procariotas y hongos es que el código procariota
especica los medios técnicos para reconocer nuevas especies,
y todas las especies nuevas se registran en la Revista Interna-
cional de Microbiología Sistemática y Evolutiva, mientras que
el CIN no especica ninguna técnica particular para el recono-
cimiento de especies de hongos, que pueden ser publicados en
diversos lugares. Bajo el CIN, la aceptación de las especies de
hongos se deja a la comunidad de cientícos de la micología; los
nuevos nombres son aceptados y usados por otros micólogos y
aparecen en la literatura, o simplemente se ignoran. El sistema
altamente regulado para procariotas promueve la uniformidad
en los criterios de reconocimiento de especies y preserva la es-
tabilidad de nombres, pero también puede limitar la tasa de des-
cripción de especies. Por el contrario, para los hongos existe el
sistema de laissez-faire (dejad hacer) tanto en los criterios de
reconocimiento de especies que no son uniformes (por ejemplo,
muchas descripciones de nuevas especies carecen de soporte de
datos moleculares), como en la extensa sinonimia, un desafío
permanente en la recopilación de nuevos nombres (aunque el
nuevo requisito para el registro de nombres va a resolver este
problema) y en los frecuentes cambios en las clasicaciones a
nivel de especie. Al mismo tiempo, la sistemática de los hongos
promueve rápidos cambios taxonómicos para reejar los nuevos
descubrimientos y los avances en la reconstrucción logenética.
Los cambios en las clasicaciones de las especies de hongos
a menudo se producen cuando se descubre la evidencia de la di-
versidad genética dentro de táxones morfológicos. Por ejemplo,
podría tener lectores sorprendidos al enterarse de que la espe-
cie de Penicillium de Alexander Fleming, Penicillium chryso-
genum, es ahora conocido como P. rubens, pero el cambio se
hizo necesario cuando los datos, logenéticos y de genética de
poblaciones mostraron que P. chrysogenum albergaba varias
especies genéticamente aisladas. Los micólogos de más edad
pueden quejarse de tener que aprender un nuevo nombre, pero
la nueva clasicación reeja el estado actual del conocimien-
to, y los nuevos estudiantes no serán molestados por el cambio.
Por el contrario, en la bacteria arquea Sulfolobus islandicus se
demostró que comprende varias especies aisladas genéticamen-
te de acuerdo con las técnicas de genética de poblaciones, que
mostraron aislamiento genético por la distancia y también evi-
dencia de especiación ecológica, pero estas especies se queda-
ron sin nombre, en parte porque la técnica, ahora anticuada, de
hibridación ADN–ADN se habría requerido para las descripcio-
nes de especies formales. Es cierto que hay grandes desafíos en
la determinación de los límites de las especies de bacterias y
arqueas, sobre todo en el caso de que haya una amplia transfe-
rencia horizontal de genes. Sin embargo, las diferencias en la
práctica de la nomenclatura para las bacterias y arqueas frente a
los hongos, pueden ser parte de la razón por la que el número de
nuevas especies descritas por año es aproximadamente el doble
para los hongos que para los procariotas. El CIN aumentará la
centralización de la autoridad taxonómica para los hongos, aun-
que los criterios básicos para el reconocimiento de las especies
de hongos se mantendrán sin restricciones. Es importante que a
medida que se implementan las nuevas normas del CIN, la Co-
misión General (comisión facultada para conservar o rechazar
nombres de táxones de hongos, así como para modicar el CIN)
actúa con moderación y no hace nada para impedir el progreso
en la descripción de las especies nuevas de hongos.
Los micólogos también pueden aprender de la experiencia
de los investigadores bacterianos con respecto a la clasicación
de las secuencias ambientales. El requisito de que exista un cul-
tivo tipo vivo para la descripción de especies de bacterias o ar-
queas es comparable a la exigencia de una muestra de tipo físico
(holotipo) para nombrar las especies fúngicas. Para habilitar el
nombramiento de bacterias que carecen de cultivo, pero que son
conocidas por “más que una mera secuencia”, Murray y Schlei-
fer sugirieron utilizar el prejo Candidatus, lo que indica que el
nombre es provisional. Esta recomendación se ha adjuntado al
código bacteriano, pero menos de 400 bacterias y arqueas han
sido descritas como especies Candidatus. Si los micólogos de-
sean adoptar una nueva categoría similar a Candidatus para dar
cabida a la gran cantidad de especies descubiertas a través de
secuencias ambientales, como se ha sugerido, se tendrá que en-
contrar la manera de facilitar la taxonomía de alto rendimiento.
El futuro de la taxonomía fúngica
Veinticinco años después de la primera descripción de la
PCR, la taxonomía de hongos a nivel de especie se pone al día
con la revolución molecular. El cambio ha llegado poco a poco